Editorial Herria 2000 Eliza

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Vivimos un momento de pulsiones positivas y de dinamismo creciente. Son numerosos y variados los factores que están favoreciendo la emergencia de nuevos sujetos y la activación de todos ellos en sus diferentes desafíos sectoriales ¿La restauración de nuestro Estado es uno más de estos retos pendientes o es el elemento integrador hacia el que confluyen todos los demás?

La encarnizada batalla por la memoria (una de estas tareas en creciente aceleración) intenta relatar la crónica de los últimos cuarenta años. Tiempo demasiado breve y tendenciosamente acotado. En la entraña de nuestra sociedad hay una corriente histórica difusa pero cada vez más pujante que desborda con mucho este período de tiempo. Sin prisa pero sin pausa, va emergiendo la conciencia colectiva de que somos un pueblo configurado como nación y estructurado como Estado. Realidad estatal hoy sepultada bajo las ruinas ocasionadas por incontables demoliciones ajenas y por lamentables desmemorias propias. Somos un Estado, hoy en hibernación, que tuvo su asiento territorial, su reconocimiento internacional, su ordenamiento económico y legal, sus rasgos culturales, lingüísticos e identitarios propios.

La restauración de nuestra estatalidad pudiera y debiera de ser el elemento aglutinador de voluntades e integrador de tareas ya que todas ellas tienen cabida y son necesarias en este proyecto común. No aspiramos a recrear aquel estado medieval y monárquico que tuvo asiento y reconocimiento en las cancillerías europeas de la época. Vale como referencia fundacional de pasado pero no como proyecto de futuro. El desenterrar nuestro viejo Estado y restaurarlo con perspectiva de futuro supone una tarea descomunal y apasionante. Tendrán mucho que hacer los lingüistas para hacer del euskera la lengua propia y oficial; los juristas para adecuar nuestro cuerpo legal a las realidades contemporá­neas; los artistas para desarrollar nuestras diferentes competencias y sensibilidades culturales; los economistas para orientar la gestión de nuestros recursos en claves solidarias, socialistas y actuales; los ecologistas, para seguir defendiendo nuestra tierra con la misma pasión que sus predecesores; los ecumenistas, para hacer del nuestro un estado sin inquisidores, abierto a todos los cultos, creencias o increencias.

Pero sobre todo, y como siempre, el principal protagonista de esta aventura restaurativa será nuestro pueblo. Haciendo honor a su etimología, será el principal garante de un Estado auténticamente democrático en el que no quepan las desigualdades y quepan quienes quieran, respetuosamente, incorporarse a nuestra marcha. Aportará los operarios que desarrollen las destrezas propias de cada gremio y que, en conjunto, rehabilitarán un edificio armonioso, funcional y apasionante: El Estado de Navarra. ¿Utopía? De las que incrementan conciencia, potencian organización, aproximan estrategias y acumulan voluntades.

Herria 2000 Eliza
Nº 256. 2015

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